Paz, piedad y perdón.
Paz, piedad y perdón . Esas eran las palabras que reproducía mi televisor mientras observaba con sumo interés el documental "Manuel Azaña, un soñador sin ventura". Una serie noventera que permite repasar la vida de uno de los intelectuales más infravalorados de la historia de nuestro país. Sin embargo, mientras viajaba al ayuntamiento de la ciudad condal en un triste 18 de Julio de 1938, en pleno final de la guerra civil, presenciando in situ los últimos coletazos del ejército republicano abatido, casi con totalidad por los facciosos. Recibí una notificación que me dejó perplejo. Esta decía: "Decapitado un profesor francés a las afueras de París" . lexpress.fr En ese preciso instante, noté como quedaba poseído por la impotencia y la rabia. Interrumpí el visionado del documental. Necesitaba parar a reflexionar y encontrar una explicación razonable. ¿Qué narices puede justificar acabar con el bien jurídico más importante de cualquier ser humano? ¿En qué hemos